"I´ve seen things you people wouldn´t believe. Attack ships on fire off the shoulder of Orion. I watched C-beams glitter in the dark near the Taunhäuser Gate. All those moments will be lost in time, like tears in the rain." (Roy Batty - Blade Runner)
Debido a su corta edad dentro de las manifestaciones estéticas de la representación, la fotografía es interpretada y abordada de diversas maneras. El espectro teórico de su naturaleza, si bien abundante, no ha sido compuesto con rigurosidad pero tampoco con ligereza. Esta relatividad sobre la seriedad, práctica, utilitarismo, fin, objetivo y uso de la fotografía ha dado paso a su promiscuidad, que si bien democrática, le confiere simultánemente el carácter de arte, herramienta científica, pasatiempo y artefacto eléctrico del hogar (equivalente al gadget digital que es desde hace unos años).
Esa realidad nebulosa me da permiso, en esta ocasión, para divagar sobre la fotografía en el sentido menos profesional y en el menos artístico posible. Quiero pensar en la fotografía que puede hacer cualquiera, aquella con la que casi todos han coqueteado cuando quisieron grabar/perpetuar/mostrar un momento/lugar/persona de su vida. Esa fotografía inherente, intuitiva, natural y obsesiva de la que sufren casi todos, aquellla fotografía que los ciegos reemplazarían con una herramienta para guardar los aromas. La fotografía que los replicantes de Blade Runner atesoran tanto. Ellos, esclavos de la humanidad, ante la conciencia de su irremediable caducidad, y ante la cercanía de su retiro, tratan de guardar las imágenes más allá de su memoria (Leon coleccionaba fotografías y Roy quería seguir viviendo para no perder sus recuerdos).
Debido a su corta edad dentro de las manifestaciones estéticas de la representación, la fotografía es interpretada y abordada de diversas maneras. El espectro teórico de su naturaleza, si bien abundante, no ha sido compuesto con rigurosidad pero tampoco con ligereza. Esta relatividad sobre la seriedad, práctica, utilitarismo, fin, objetivo y uso de la fotografía ha dado paso a su promiscuidad, que si bien democrática, le confiere simultánemente el carácter de arte, herramienta científica, pasatiempo y artefacto eléctrico del hogar (equivalente al gadget digital que es desde hace unos años).
Esa realidad nebulosa me da permiso, en esta ocasión, para divagar sobre la fotografía en el sentido menos profesional y en el menos artístico posible. Quiero pensar en la fotografía que puede hacer cualquiera, aquella con la que casi todos han coqueteado cuando quisieron grabar/perpetuar/mostrar un momento/lugar/persona de su vida. Esa fotografía inherente, intuitiva, natural y obsesiva de la que sufren casi todos, aquellla fotografía que los ciegos reemplazarían con una herramienta para guardar los aromas. La fotografía que los replicantes de Blade Runner atesoran tanto. Ellos, esclavos de la humanidad, ante la conciencia de su irremediable caducidad, y ante la cercanía de su retiro, tratan de guardar las imágenes más allá de su memoria (Leon coleccionaba fotografías y Roy quería seguir viviendo para no perder sus recuerdos).
La penúltima escena de la película, el diálogo final de Roy Batty, es el resumen de lo que pasa con todos esos archivos anónimos, con todas las fotos familiares, las no profesionales, aquellas que ven el tiempo durante el tiempo que dura la vida de sus autores. Hay cierto romanticismo sufrido en eso, la existencia perdida de las memorias mundanas, de las que no entran en la colección de la cultura visual colectiva. Qué más que otro de los acertijos inacabables del budismo, ese árbol que se cae en medio del desierto y del cual cuestionamos su propia existencia.
Y sin embargo son estas fotos las que despiertan el recuerdo y las emociones. El propio Barthes llora por y atesora una foto de su madre cuando era niña, por encima de muchas otras que entiende como superiores técnicamente. Su pensamiento racional, su prosa estilizada y lógicamente comprobable se derrumba en La Cámara Lúcida ante la emoción de reconocer a su madre, fielmente y en todos sus aspectos, en una fotografía que nos sabría arbitraria, pero que para él es significativa, única, irremplazable y fiel.
Y sin embargo son estas fotos las que despiertan el recuerdo y las emociones. El propio Barthes llora por y atesora una foto de su madre cuando era niña, por encima de muchas otras que entiende como superiores técnicamente. Su pensamiento racional, su prosa estilizada y lógicamente comprobable se derrumba en La Cámara Lúcida ante la emoción de reconocer a su madre, fielmente y en todos sus aspectos, en una fotografía que nos sabría arbitraria, pero que para él es significativa, única, irremplazable y fiel.
Fotografía y memoria permiten corregir los errores ajenos, perdonar las faltas y los excesos privados. Hasta se pueden olvidar las verguenzas y el odio, minimizar el amor y exagerar las virtudes. Fotografía y memoria de manera complementaria, no son nada la una sin la otra.
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