Carlos Iván Degregori nos lleva por un recorrido histórico de la formación de la antropología en el Perú, sus antecedentes, contextos, preocupaciones y perspectivas. A través de su relato, pasamos desde los proto antropólogos (cronistas, frailes y burócratas españoles), obsesionados con esa relación dual de amor/odio hacia la nueva cultura que se les presentaba, pasando por Garcilazo de
Previo a este recorrido, Degregori establece primero el sesgo natural que ha tenido por mucho tiempo la antropología en América Latina, esa búsqueda por la construcción de una identidad propia en cada nación en la que se desarrolló. Sin duda, un objetivo homogenizante que no tomaba en cuenta la diversidad real de cada pueblo. En el Perú, por ejemplo, ese foco estuvo concentrado en el movimiento indigenista, en cuyos ámbitos se formarían las bases de la antropología como una disciplina académica.
Sin embargo, creo que el nacimiento de la profesión no está tan ligado al indigenismo como lo está en realidad a una respuesta natural e histórica a un fenómeno diametralmente opuesto como lo fue la contraofensiva hispánica de la primera mitad del siglo XX. Ya desde el S. XVIII, aquellas experiencias que podríamos ubicar dentro de la proto antropología, se habían replegado debido a las rebeliones que se iniciaban desde las zonas orientales del país. No es sino hasta el S. XIX que nuevos exploradores, principalmente extranjeros alzan revuelo con sus expediciones que, entre otras cosas, buscaban rescatar lo que Arguedas define como indio histórico. Este nuevo liberalismo, sin embargo, no se refleja en la actitud de los terratenientes en los Andes, quienes intentan apoderarse nuevamente de la tierra. De esa manera, surge el indigenismo, como respuesta a esta presión desde las clases dominantes. Surge además en un clima relativamente adecuado, estamos a inicios del S. XX y la recuperación del país tras la derrota de
Así, la reacción natural frente al movimiento indigenista, que tuvo su cúspide en los años 20, es el de la contraofensiva hispanista, que logra replegarlo fuera de los ámbitos en los que se pugnaba el poder. Uno de esos espacios es el de la intelectualidad y los claustros universitarios, en donde los representantes socio-políticos y culturales del movimiento, identificados por
A continuación de ello, la novel disciplina se enfrasca entre la idealización del indio y la obsecuente tarea de homogenizar al otro peruano, uno que incorpore todos los aspectos de la realidad nacional. Ello llega a romperse de cierta manera en los años 70 debido a la débil relación del Estado con la antropología, lo que le dio mayor libertad para establecer sus propios objetos y paradigmas de exploración. Ahí se expanden las líneas de trabajo a los estudios folklóricos, de comunidades y a los proyectos de antropología aplicada que tienen su ejemplo más notorio en el proyecto Vicos, a través del cual se pretende lanzar la hipótesis de la modernización de las sociedades dentro de un esquema aun evolucionista. Ello se rompe gracias al desarrollo de la teoría de
Tras un período de recesión contextualizado por la violencia política, la antropología peruana regresa poco a poco al trabajo de campo y se abren nuevas ramas de estudio como la antropología urbana y económica, además de montar esfuerzos relacionados a temas como la educación, a partir de los cuales se vislumbran actitudes hacia la interculturalidad. La crítica posmoderna impulsa un mea culpa que lleva a releer los textos clásicos de la antropología para marcar diferencias con las narrativas totalizadoras, cargadas de concepciones occidentales etnocéntricas. Ello lleva, además de una revisión de textos y su deconstrucción maniática, a pasar de una antropología del otro a una sublimación por el respeto a otras culturas, impidiendo el verdadero desarrollo de la ciencia (que también era cuestionada en sus raíces epistemológicas).
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