Quizás los aspectos más interesantes que un fotógrafo documentalista puede encontrar en el texto de Margaret Mead, Adolescencia y Cultura en Samoa, tienen que ver con el apartado metodológico del trabajo de campo, expuestos principalmente en la introducción junto a la sustentación de por qué es necesario realizar una investigación de este tipo en una sociedad tan alejada y diferente como la samoana. Si bien los resultados de un antropólogo y los de un documentalista tienden a cumplir objetivos diferentes, las tareas que se imponen para recoger su material resultan muy similares, ambos en una búsqueda perdida por la objetividad pero conscientes de la injerencia que tienen sus conceptos de valor, moral y ética sobre el informe/producto final. Llama la atención, sin embargo, el estilo de redacción para el primer capítulo del libro, un relato ficcionario con fundamentos testimoniales sobre el día común en Samoa, casi como un ejemplo del nuevo periodismo que inicio Truman Capote. En todo caso, Mead llegó a convivir con sus informantes e hizo lo posible por reducir diferencias de modo que pudiera aprender todo y no adivinar resultados, una actitud que adopta también el fotógrafo documentalista.
Conforme avanzamos en la lectura encontramos la justificación del lugar. El antropólogo, tal como lo señala Mead, debe escapar de ese medio tan poco controlado como es la sociedad occidental, para incrustarse en grupos sociales más pequeños y diferentes, con el fin de recuperar los aspectos de la cultura de la vida diaria de la manera más imparcial posible, aun a pesar que sus métodos no son los del experimento científico y no se pueden someter las teorías a pruebas objetivas. Con este resultado, el investigador puede contrastar la sociedad a la que pertenece para encontrar respuesta a sus preguntas iniciales. Precisamente esto es lo que se busca al retirarse a un grupo de islas en Samoa, elaborar un cuerpo de trabajo que contenga las características culturales de esta sociedad y contraponerla a la norteamericana, con el fin de responder a la pregunta de si la adolescencia es problemática por sí misma, o si los infortunios y pesares de los adolescentes norteamericanos tienen su origen en el modo en el que son educados.
Luego nos saltamos directamente al capítulo IX, sobre la experiencia e individualidad de la joven samoana. Este acápite podría reducirse principalmente a las relaciones interpersonales de esta sociedad, y a la naturalidad de ciertos aspectos que en el mundo occidental son tabú, tal como el nacimiento, la muerte y la sexualidad. Aquí no existe el temor de hacerles un daño a los niños al exponerlos a estas experiencias como simples observadores. Esto se relaciona directamente con la impersonalidad de muchas de las relaciones humanas, a la falta de una especialización del sentimiento y a la creencia de que el cuerpo y el desarrollo físico son los catalizadores naturales del cambio de comportamiento entre un niño y un adulto. Si alguien no siente interés en iniciarse sexualmente no hay problema, y si lo tiene entonces es porque su cuerpo así lo pide, es natural. Así también, siguiendo la misma lógica de la naturalidad del crecimiento, es que se articulan los otros aspectos de la vida. Si la persona crece, sus responsabilidades aumentan, pero ello no quiere decir que nunca las tuvo. En todo caso, el trabajo no está separado de las actividades naturales de la comunidad, ni tampoco está separado como trabajo en juego o trabajo verdadero, el trabajo está asignado de acuerdo a las capacidades físicas y se asigna también en la adolescencia.
Dentro de este contexto, en donde las muestras de cariño público son mal vistas pero el sexo casual es aceptado, lo más destacable parece ser la falta de un concepto de fidelidad y la permisividad en la trasposición de miembros de un núcleo familiar a otro (principalmente los hijos), siempre y cuando se mantenga algún lazo de consanguineidad.
Lo importante es que no existe ni ha existido una sensación de vergüenza ante la pubertad. Todo es normal mientras sea natural, esto es, las actitudes se activan en función de los cambios físicos que experimenta una persona. Lo que no es bien visto es lo contrario, un comportamiento por encima de la edad que le corresponde o un comportamiento fuera de lo natural. Por ejemplo, los que observan y no participan del acto heterosexual o todo aquel incapaz de experimentar una reacción heterosexual normal. Ello no significa que la homosexualidad es mal vista, salvo cuando es la actividad sexual primaria. Finalmente, la familiaridad con todos los aspectos de la sexualidad, la muerte y la vida han devenido en la inexistencia de cuadros neuróticos, frigidez ni impotencia y la adolescencia no es un período de crisis o tensión sino un proceso muy armónico en donde un grupo de actitudes interpersonales y roles sociales maduran lentamente.
El capítulo XII es ya una confrontación de las características culturales samoanas con aquellas de la sociedad norteamericana para dilucidar cuáles son los métodos y los aspectos sociales que perfilan a los adolescentes occidentales como problemáticos. Las diferencias principales se presentan no para cambiarlas (porque además en algunos casos es imposible, como con la gama de elecciones y compromisos que le ofrecen y adquiere un adolescente estándar en Estados Unidos) sino para ofrecer los puntos de inflexión a los educadores quienes podrían establecer marcos de acción más versátiles. Aquí encontramos la dicotomía entre lo accidental y lo natural, entre lo diario y lo esporádico, lo permitido y lo prohibido, todo lo que lleva a la conclusión de que la experiencia de los samoanos corrige las impresiones erradas sobre los temas centrales pues están expuestos a ellos sin restricción.
A manera de conclusión se puede realizar algunas críticas al texto. Si tenemos en cuenta que se trata de un proyecto de post guerra, podemos justificar la ausencia de profundidad en las consideraciones espaciales del entorno en el que se desarrolló la investigación. A pesar de ellos se menciona brevemente ciertas características relativas a la abundancia de alimentos y al clima benigno, pero circunscritos a la actividad laboral y de esparcimiento, nunca como factores estructurales que moldean el comportamiento de los adolescentes en Samoa. Lo que si resulta curioso es la utilización del término primitivo al referirse a la sociedad a la que pertenecían sus informantes y a la caracterización de una niña en particular como larguirucha y fea. ¿Estamos acaso frente a momentos en los que el prejuicio occidental sobrepasó las cualidades profesionales de la antropóloga?
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